Todo transcurre aproximadamente en los años 90, década muy particular en la Argentina. Aquellos años, que entonces parecían un sueño, se tornaron para muchos en una pesadilla y la familia de Adela no se encuentra muy lejos de esto. En un abrir y cerrar de ojos pasaran de los masajes, la pileta y la limonada a la tragedia.
Al parecer nadie se encuentra afectado por la muerte del “gringo Talavera”, un importante empresario de Formosa. No hay señales de duelo. Su familia simplemente espera a que llegue el cuerpo a la provincia para sepultarlo. Para ellos todo sigue, la rutina de los agobiantes días de calor también continua. Pero Adela sí extraña a “pupunni”. Esta joven rica quiere justicia, y así como levanta la escopeta, se la carga al hombro y sale a cazar patos, ella busca un culpable.
Si bien Adela es el eje central y quien avanza el relato, los cinco personajes restantes que cuentan esta historia son atractivos. Todos están cargados de ironía y juegan un papel importante. Su hermano Ulises, con quien no tiene una buena relación; su madrastra, frívola; su padrino, el principal sospechoso para la joven; su padre, quien se le aparece en sueños; el sirviente y su amiga, con quienes tiene una relación más que cercana.
En la puesta hay un juego escénico muy interesante. Por un lado la presencia que tiene en todo momento el color negro, que simboliza temas que se representan en la obra como: la violencia, el misterio, el luto, la soledad, la nostalgia y la sensualidad. A su vez el teatro (Espacio Callejón) permite una dinámica activa con sus múltiples entradas y salidas que, sumado a las secuencias coreográficas en la pileta, a los cuerpos vivos de los artistas y a los distintos planos que propone la directora, genera interés en el público y lo mantiene despierto, atrapado. Por último hay que destacar dos elementos fundamentales: primero el músico, Gonzalo Pastrana que en las alturas del teatro genera climas adecuados, y segundo el trabajo de todos los actores, que sostienen la intensidad del drama que va aumentando con el tiempo.
También es llamativo la forma en que se relacionan los personajes, hay un juego sexual promiscuo y un maltrato verbal constante entre ellos. Todos le dedican un momento, o varios, a desarrollar esta particularidad. A veces con otro personaje, otras solos.
Desde otro ángulo, el diseño de luces de Sebastián Francia que propone es muy bueno, sobre todo en el inesperado final.
Adela está cazando patos se puede disfrutar muchísimo, más aún en una cálida tarde de domingo. Es un espectáculo que ofrece más de lo que parece, entretiene, preocupa, causa angustia, genera dudas, divierte y sorprende. Esta obra, con un elenco diferente al de la primera versión estrenada en 2007, está cargada de talento y hay un gran laburo desde la dirección para aprovecharlo al máximo.