A poco menos de un año de haber visto el lado B, me encuentro finalmente con el esperado reverso de esta singular pieza del grupo Krapp. Aquella había sido una obra que tematizaba la tarea de un grupo de teatro en torno a una producción escénica que aún no existía. Ésta viene a ser el resultado imaginario de esa tarea; imaginario en tanto que el nexo entre las dos instancias no escapa de ser uno más de los artificios empleados para abrir sentidos, siendo desconocido (para el público) el proceso concreto vivenciado por el grupo.
Salvada la distancia, que bien puede entenderse como licencia, encontramos entonces a lo largo de la obra ciertas reiteraciones procedimentales que, sin ser idénticas, permiten reconocer la continuidad del código con el que Lado B y lado A se dirigen hacia los espectadores.
La obra comienza con un miembro del grupo haciéndose preguntas sobre la obra. A partir de allí la estructura es simple y efectiva. Diez artistas invitados (directoras, dramaturgos, bailarinas, actores, etc.) de reconocida trayectoria serán citados consecutivamente, proyectados sobre una pantalla en la que contestarán preguntas acerca de lo que la muerte significa para ellos, y esbozarán hipótesis sobre sus posibles representaciones escénicas.
La misión de los Krapp será ensayar estas hipótesis, tomadas no como prescripción inalterable sino como libre disparador o punto de partida. Así desplegarán, una tras otra, su lectura poética sobre las sugerencias de los colaboradores invitados, proponiendo dinámicas diversas de variado ritmo, interrupciones, juegos, coreografías, imágenes, representaciones y presentaciones, interacción con el público, etc.
La atención se sostiene fluidamente gracias a una cuidada composición que nunca se olvida de la presencia del público. Este cuidado, sumado a la calidad interpretativa de los integrantes del grupo, resultan en una experiencia divertida y muy interesante que alcanza su punto álgido con la propuesta de Lola Arias: al comprometer una zona de riesgo su intervención nos permite vislumbrar el motor interno, emocional y conflictivo, que impulsa al grupo en esta búsqueda.
Por lo demás, el montaje de escenas va abordando su fatídico tema con variedad de recursos y formas: elocuentes, impactantes, sutiles, ingeniosas. Pero al margen de su especificidad, la secuencia acumula una suerte de momentum interno que tiene un efecto desplazado; pensamiento y emoción murmuran, inquietos, y se confunden oscuramente al evocar el límite de lo sensible.
Grupo Krapp nos ofrece un espectáculo vivaz y reflexivo, extrañamente apropiado para este año de profecías utópicas y apocalípticas.