Los sonidos de distintos metrónomos indican un tiempo que ya pasó, pero se repite. Es la navidad del año 1891. Luego de formarse en Europa, un conjunto de pintores argentinos encabezados por Eduardo Schiaffino procura realizar una sencilla exhibición en la calle Florida y así fundar, probablemente, un arte nacional. Solamente hay una persona que se eleva en contra, el crítico español Eugenio Auzón arremete sin clemencia: “Habrá arte argentino dentro de doscientos años y algunos meses”. La lúcida y amarga polémica entre Auzón y Schiaffino se sale de control. Ambos comienzan a intercambiar cartas e insultos en dos periódicos porteños de la época, y lo que inicia siendo “una ofensa de las que se lavan con buena pintura” acabará enjuagándose con sangre.
De éste elemento histórico, basado libremente en el contenido de esas cartas, se sirve el dramaturgo para darle forma a una Sprechoper (“Ópera hablada”). Logrando un argumento cáustico, intenso, plagado de ironías, pero conservando su característico rito del humor. Con una estructura sumamente imaginativa, orientada hacia distintos puntos de vista en forma simultánea, que, junto a la partitura original de Federico Zypce, consigue ser el prototipo de absoluta integración en el escenario entre música y discurso.
La composición musical de Zypce (colaborador habitual en trabajos del autor) es ambiciosa. No solo porque fusiona sampleos, loops y efectos en computadoras sino porque también realiza sus propios instrumentos con objetos no tradicionales. Desde esgrimir arcos de violín hasta emplear el tanque de nafta de un auto, pasando por un largo tirante de madera, alambres, antenas, tuercas, rulemanes, bolitas y demás elementos. Adquiriendo un aspecto sonoro ecléctico (pero no por ello difuso).
Además de escribir y dirigir la obra, Spregelburd interpreta la pieza realizando un verdadero tour de force. Donde cada palabra, cada gesto, cada expresión, cada respuesta del músico, conforman una especie de monólogo a dos voces, ofalso diálogo, que indaga la substancia de los protagonistas de forma ambigua y contradictoria. Sustentado sobre el soberbio diseño de luces y un fructífero uso del espacio escénico a cargo de Santiago Badillo.