El señor Lette tiene la mala suerte de haber nacido feo. Desagradable, monstruoso, desproporcionadamente feo. Poco importa que haya inventado una novedosa pieza para la industria eléctrica, no podrá “dar la cara” para presentarlo. Es que desde su jefe hasta su mujer coinciden en que su rostro no es el adecuado para las relaciones públicas. Asi que es que Lette decide someterse a una cirugía plástica extrema, con consecuencias tanto extraordinarias como catastróficas.
El texto del alemán Marius Von Mayenburg es de una actualidad arrolladora. Se ubica dentro de un novedoso movimiento (al que podríamos llamar Concernismo en base a la palabra inglesa Concern, preocupación), aún en formación, donde aparece la tesis de un problema puntual y minúsculo dentro de un mundo posible en un futuro para nada lejano. El Feo aparece como una comedia ligera, o de enredos (según algunos críticos alemanes) porque hay quien pueda encontrarle la correspondencia con el teatro del absurdo. Plantea una tesis de conflicto tan falta de humanidad que no es difícil descartarla como descabellada. Sin embargo, prestándole especial atención y situándola dentro del citado pseudo movimiento (otro ejemplo de esto es la serie inglesa Black Mirror), el encasillamiento dentro del género beckettiano por antonomasia no es del todo exacto. Es que Von Mayenburg trata “el problema” con pragmatismo. Sus personajes se ponen manos a la obra con respecto a la nueva dificultad y bajo ningún punto de vista aparece la moralidad o la idea de desastre en ellos. El mundo es lo que es. La catástrofe y la destrucción de la raza humana no existen en esta obra. Hete aquí la novedad: Una comedia aparentemente ligera a cerca del infortunio de un personaje que decide cambiar su suerte y se le desbarajusta la vida. Nada terrible. Que el conflicto nos parezca moralmente condenable corre por cuenta nuestra. Por otro lado, la estructura y la originalidad del texto es maravillosa. La adaptación, elemento importantísimo en general pasado por alto, es similarmente buena y nos acerca a la intención del autor en detrimento a la literalidad.
El trabajo del conjunto de actores es sobresaliente, grupal e individualmente. Despojados absolutamente de artilugios escénicos superfluos, Pablo Roselli Mirci, Salomé Boustani, Alfredo Zenobi y Pablo Chao se adueñan del escenario gracias a un evidente trabajo de composición y al gran manejo de la técnica de los cuatro. Es especialmente interesante el trabajo de Salomé Boustani haciendo dos personajes: no hace falta más que mirarla para saber en cada momento cuál de los dos está encarnando, un prodigio del lenguaje gestual. En este sentido, es indivisible la dupla con Pablo Chao, una amalgama tan engranada que es impensable la representación del uno sin el otro, el ying y el yang. Alfredo Zenobi se divide entre el jefe y el cirujano, y aporta ligereza y liviandad a la escena, siendo que representa a dos muy diferentes superfluos “triunfadores”. Es destacable su interpretación de ambos personajes demostrando solidez y comodidad en todo momento. Por último, Pablo Roselli Mirci, el feo, trabaja con un nivel de energía levemente superior al resto, y dado que el personaje se encamina a un periplo, cuanto menos interesante, este exceso de energía y gestualidad le imprime una artificialidad tranquilizadora y bienvenida
Por último, hago especial mención del extraordinario (en el sentido literal: fuera de lo común, de lo que no abunda, lo que no encuentra fácilmente, aún en nuestra abultada cartelera porteña) trabajo del director Fabián Diaz. Hacer funcionar una obra extranjera (ni siquiera norteamericana, a lo que estamos acostumbrados sino alemana), sin sobrecargarla de elementos de utilería o escenografía, sacarle el jugo al texto y a sus actores, lograr un resultado tan armónico y sólido; importa subrayarlo porque se trata de una verdadera obra de arte. Arte en forma de obra teatral, sumando componentes geniales y encastrándolos para que parezcan indivisibles.
En conclusión, El Feo es una obra para todo el mundo. Un imperdible en la historia de la modernidad del teatro porteño y un ejemplo del rumbo que está tomando el arte globalmente.