Giacomo Puccini escribió mucho, variado y dentro del género operístico en particular, se cuentan trece obras (o catorce depende de cómo cuenta uno las versiones) cuyos estrenos tuvieron lugar en las salas más importantes de Italia, en la primera parte de su vida y en el Metropolitan Opera de Nueva York durante la segunda mitad. De estas obras, todas escritas y cantadas en italiano, La Boheme fue el primer éxito comercial del compositor y el inicio de una línea artística que continuaría el resto de su vida.
En la París de 1840, artistas y bohemios disfrutan jocosa e inocentemente de la vida, sin más norte que el ideal por ideal mismo y sin más consecuencias que las que suceden día a día. En este contexto dos hombres, un pintor y un escritor, comparten buhardilla con otros dos de menor talento e importancia. Allí vive el placer y el amor. Allí se encuentran las almas y sufren la dura realidad de tener que atravesar el invierno en una época en la que la tos, como sabemos, era mucho más grave. En el barrio latino de París, un hombre y una mujer encuentran el amor y la tragedia. Puccini escribió la música para este libreto de Illica y Giacosa (los mismos de Tosca y Madama Butterfly) basado en los escritos de Henri Murger: “Escenas de la vida Bohemia”, en donde quizás para el espectador del siglo XXI, ya no hay velos que quitar, y el romanticismo de la pobreza no tiene la simpatía emotiva de otrora.
Descripto así parece una historia triste. La Boheme califica de historia triste sin lugar a dudas, como pudo verse en los rostros húmedos de la platea el pasado viernes seis en el Teatro Avenida. Descripto así, pareciera que no hay mucha historia. La Boheme tiene un hilo fino, quizás porque Henri Murger no escribió de corrido, dio tumbos literarios eclécticos que luego fueron recopilados. Descripto así, no debería haber mucho motivo para que esta Ópera en particular fuera mimada y querida especialmente en Buenos Aires, pero La Boheme quiso a Buenos Aires desde un inicio (se estrenó aquí en el viejo Teatro Colón apenas cuatro meses y medio después de que hiciera lo propio en el Teatro Regio de Turín, en Febrero de 1896) y la historia de los dos amores que cuenta, la de Rodolfo y Mimí, la de Marcello y Musetta, están elegantemente incorporadas a alguno de nuestros tangos.
Sabrina Cirera (Mimí) fue el bastión y el pilar de esta puesta de Juventus Lyrica. La soprano fue impecable en lo musical y penetrante desde lo actoral. Su contraparte escénica Mariano Spagnolo (Rodolfo) estuvo a la altura, amén alguna pequeñísima desprolijidad sobre el inicio, como para cubrir la siempre difícil y desafiante sala del Teatro Avenida.
La pareja a contrapunto, la de Musetta y Marcello, quedó a cargo del reconocido y confirmado talento de Laura Polverini y la voz del barítono Fernando Grassi, muy aplaudido al final del solo en el tercer acto. Mario de Salvo en su papel de Colline y Juan Font como Schaunard completan el elenco central.
Anna D Anna, en la puesta que nos regala este año con La Boheme, decidió tomar dos desafíos importantes, el primero un coro de niños libres en el escenario, que dieron verdaderamente la sensación del descontrol callejero en el barrio latino de París; el segundo desafío consistió en montar esta opera de manera fresca a la vez que clásica, nuevamente única y al mismo tiempo, la misma que vimos antes. En ambos casos el resultado es ambiguo, quedan las dos sensaciones flotando en el aire, la del éxito y la del no tanto. Desde el foso mientras tanto la mano experimentada del maestro Russo se notó en ambas direcciones, en consonancia con el resto de la puesta, intentando controlar el caudal de la orquesta que en varios pasajes consiguió tapar a los cantantes e impartiendo energía en los inicios luego de los cambios de escena.
La Boheme ha vuelto a Buenos Aires para mimarla primero, pero también para revivir la historia de amor de estos personajes durante un invierno que se extiende de puesta en puesta, de teatro en teatro, quizás no casualmente, casi sobre el final de nuestra época más fría.