“Nadie puede pasar por alto lo que le hace la vida. Las cosas suceden sin que te des cuenta y luego se interponen entre lo que eres y lo que te gustaría ser, hasta que acabas por no ser tu mismo”. Mary Tyrone (“Viaje de un largo día hacia la noche”)
Como muchos de los grandes del teatro norteamericano, el microuniverso de la familia le sirve al autor para desplegar su propia vida sobre el escenario. Laurence Olivier dijo alguna vez: “Es una obra excesivamente personal, contiene demasiada sangre y dolor. No es fácil crear una pieza autobiográfica y decir: ¨Así fueron las cosas¨. Cuando se dice la pura verdad, nadie desea realmente escuchar la crítica”.
Con una asombrosa sencillez estructural, Eugene O¨Neill expone los paralelismos entre la familia Tyrone y la propia. Una madre adicta a la morfina, un mezquino esposo que se esconde en la bebida para no afrontar su ocaso actoral, un hijo mayor emocionalmente inestable y su hermano menor que repudia a su padre por enviarlo a la clínica más económica para recuperarse de su tuberculosis.
La idea de Villanueva Cosse acompaña la poética del dramaturgo, las claves del realismo psicológico son planeadas y planteadas en una puesta donde lo trágico está trabajado desde lo patético, siendo éstas las coordenadas que elige el director para concretarlo en la escena.
El espacio escénico se presenta con las marcas de la propuesta de un realismo distanciado. Desde la intención de no quitar las cintas adhesivas blancas que, como huellas, indican los desplazamientos de los objetos y la escenografia que oficiarán de decorado, hasta un diseño espacial despojado, recurriendo a una estética minimalista. La denuncia en reiteradas oportunidades de la teatralidad circula no solo en la intención del montaje, sino que apoya la del texto, donde el metacomentario sobre el teatro es explicito y funciona como indagación sobre el teatro de la vida y la vida del teatro.
Los Tyrone orientan la trama no solo en el discurso (“¿Cómo voy a olvidarlo? El pasado es el presente, ¿No? También es el futuro. Todos nos queremos engañar, pero la vida no nos lo permite”, dirá Mary), sino que se vuelven imprescindibles en la escena desde el juego de los actores Lapacó y Cosse que reaseguran la poética y sostienen el verosímil en todas sus dimensiones.