Por la cómoda suma de un poco menos de diez dólares o trescientos cincuenta pesos argentinos a la fecha, se puede conseguir en mercado libre la versión original en francés de “Hamlet, el príncipe de Dinamarca” que co-escribiera A. Dumas, en 1847, y cuyas representaciones gozaran de impresionante éxito en Paris. Dos décadas antes, en la misma ciudad, se dió un extraño caso de Opheliaphilia, consecuencia de una impactante performance del personaje en la puesta de la misma obra de teatro, en esa época en inglés, por parte de una compañía inglesa, invitada a presentarse en el teatro Odeón de la capital francesa.
Estos dos eventos (más bien procesos) pueden ayudar a explicar el fenómeno de la ópera que nos ocupa. Louis Ambroise Thomas, estrenó esta obra el 9 de marzo de 1868 en la ópera de París. En un principio el papel protagonista lo escribió para un tenor, pero al no haber ninguno disponible que se adaptara a sus preferencias, lo reescribió para barítono, siento cantado la noche del estreno por Faure. El libreto es obra de Michel Carré y Jules Barbier. Hamlet alcanzó un clamoroso éxito, lo que permitió a su autor acceder a la dirección del Conservatorio de París como sucesor de Auber.
Thomas fue un prolífico compositor francés del siglo XIX al que Hamlet encontró en la segunda mitad de su carrera. La complejidad de la composición puede ser testimonio de un artista maduro, más cerca de una búsqueda final que en la construcción de un estilo. Los espacios disponibles para la conversación (enunciativa) y la actuación (más teatral que operística) que se abren en el libreto hacen pensar en un compromiso con el proceso, con el momento de la época, con la épica de la historia.
La puesta de Juventus Lyrica de esta ópera tiene una miríada de ópticas disponibles que vale la pena poner en “papel” al menos para este cronista: En primer lugar, el Hamlet que se presenta en el Teatro Avenida de Buenos Aires no es el original. No lo es en espíritu, en la cadencia de la rima, ni en la cosmovisión de los personajes (que adicionalmente alguno falta). Es sin embargo uno de los mejores que ha visto la ciudad, ya ni siquiera como adaptación, simplemente como evento teatral. Los artistas, todos, pero con Noguera a la cabeza (Hamlet) y el aporte indiscutible de Carasso (Polonius, Bernardo, un sepulturero y un comediante) se conforma en una puesta que sensibiliza desde la actuación pura.
En segunda instancia mencionar que la música, al menos en la noche de estreno, batalló con la partitura de Thomas, sobre todo en la sección de los vientos (abundantes para brindar un ambiente de corte real) y que la mano de de Hernán Schvartzman fue templando con el correr de los actos.
Un tercer tema aparece al considerar la exigencia que la historia tiene desde el punto de vista escénico. Interiores, exteriores, un balcón de torre, un río, un cementerio. Dicho así parece imposible ponerlo en escena. La simplicidad de la propuesta de María Jaunarena sin embargo, abrazó todo el desafío, nos proporcionó a los espectadores con lo necesario (flores, un pozo con tierra, elevaciones e iluminación) y dejó, de manera muy efectiva, que nuestra imaginación y apropiación de la historia hicieran el resto. La escenografía, con telones translúcidos y elevaciones fue versátil y logró su cometido.
En cuarto lugar (notar que esta lista no está ordenada de ninguna manera), decir que el protagonismo pendulante de los cantantes fue una firma de la noche. De manera bastante literal, bajo, barítono y soprano se pasaron la pelota musical, mediados por dúos que funcionaron de manera sólida. Impresionante performance de Mario de Salvo en Je t¨implore, ô mon frère! Laura Pisani, impecable cada vez, muy conmovedora en aria de la locura, antes de que su personaje se ahogara. Armando Noguera como Hamlet y completando el trío, en una performance que no deja espacio para el comentario, verdaderamente es menester escucharlo.
Finalmente, dar lugar a la iteración e intervención expresiva sobre el texto de Shakespeare. Parafraseando a Borges diré que, a pesar de los obstáculos, el interpretativo Hamlet de Juventus Lyrica existe en un tiempo más presente que el original y rescata con otro código, un espíritu en el que la filosofía del original, todavía presente, se hace tan necesaria como siempre. Un espectáculo muy recomendable.