Hablar sobre el universo femenino es una tarea amplia y compleja, la cual se ha tratado en diversas obras teatrales, textos literarios y films. En Todo fue agua, sus autores Leo Azamor y Augusto Patané, cuentan una historia sencilla, pequeña, dentro de un micromundo familiar. En una noche de tormenta, Mercedes se dedica a armar un jardín de invierno en la casa de su madre, está allí porque necesita alejarse de ciertas cosas. Su madre está feliz de tenerla ahí, ya que está enferma, y puede cuidarla -al menos todo lo que la deja-. En esa casa vive también su hermana menor, con la cual hay chispas, pero es claro que se quieren. Suena el timbre, y llega una visita inesperada, Lucía, la cual dice ser una alumna de Mercedes, pero todo lo que quiere es poder hablar con ella. La tormenta no permite que nadie salga de allí, y pasarán una noche, donde se revelarán caras ocultas de cada una de estas mujeres. Esta comedia romántica -con una estructura muy propia del circuito comercial- a pesar de su humor, habla desde un lugar puramente sensible, invitando a adentrarse en la intimidad de estos seres que se debaten entre lo que quieren hacer, la forma en que el exterior las ve, y los mandatos que las aprisiona. El diseño de vestuario de Lidia Navarro es de gran inteligencia y creatividad. Con actuaciones con gran nivel de verdad, se destaca el trabajo de Sofía Nemirovsky, de enorme naturalidad, y la forma en que se transforma el vínculo de madre e hija, entre María Colloca y Julia Dorto, y la tensión entre los personajes de Dorto y Franca Boletta. La tormenta es caótica, hostil… pero es pasajera, pasa y purifica.
Martin Dichiera En redes sociales @MartinDichiera 17.julio.2019